LA PABILO

En 16 de agosto de 1885 el Juez de Paz de Dolores recibe carta de uno de sus alcaldes fechada en la estancia El Tala. En la misma se le solicita permiso para trasladar y sepultar en Maipú, el cadáver del puestero José Ramos, fallecido en esos días. El alcalde se excusaba  de no mandar certificado médico, porque, según entendía, el informe verbal de la “médica del pabilo” y testigos que habían visto con vida al finado, confirmaban que había muerto de muerte natural (sic) después de seis meses de estar tísico en último grado. Es decir, tuberculoso, enfermedad aun poco desconocida por ese entonces.

 

La población rural confiaba más en los curanderos que en los médicos. Investidos de un halo mítico, eran expertos en manipular yuyos y elaborar ungüentos que aplican mediante palabras mágicas. Sus acciones, sin embargo, suelen ser muchas veces efectivas a pesar del absurdo ritual exhibido.

Sus métodos concentran la atención del paciente y refuerzan su fe por curarse, parte esencial del tratamiento si se trata de males producto de la angustia, soledad, mal de amores; es decir de orden psíquico. En cuanto a enfermedades simples como resfriados, indigestión, lastimaduras ocasionales, etc., existía una abundante gama de yuyos, tisanas, ungüentos, y practicas naturales que conocían a la perfección. Esto les permitía cubrir gran parte de estas dolencias y sufrimientos con efectividad. Sin embargo no hacían milagros –aunque muchos lo creyesen–. Si tienen éxito, su fama crece y se divulga, si no, apenas un traspié que confirma la regla.

Los curanderos,  a diferencia de los médicos, no visitan a sus enfermos. Son mayormente mujeres en edad madura que atienden en sus propias viviendas. Son habitualmente   requeridas como parteras, pero también como especialistas en yuyos, mal de amores, embrujos y hechicerías. Su notoriedad suele exceder en mucho su distrito.

En el caso de “La Pabilo”, hay quienes caminaban más de treinta leguas para ser asistidos. También curaba a distancia; bastaba con que alguien acercar una prenda del paciente a la milagrera, para que esta hiciera el diagnóstico y proveyera al intermediario de la medicina e instructivo correspondiente. Se cuenta que los “chasques” solían esperar turnos de dos a tres días para ser atendidos.

Nuestra “médica” vivió aproximadamente en la segunda mitad del siglo XIX en los Montes del Tordillo, a inmediaciones de la Laguna de las Cruces, hoy partido de Dolores. Según Rafael Velázquez, su apodo derivaba de los mechones de pabilo empapados de saliva con que curaba. Tomaba constantemente mate amargo para poder insalivar, y según testigo ocular –refiere el mismo autor–, esta no resultaría verdosa como se podría esperar, sino blanca o semitransparente. Aunque bien podría atribuirse el detalle, a la yerba lavada por exceso de uso.

Refiriéndose a este método proverbial, Elbio Bernárdez Jacques resume:  “…que  así se cura aquella gente de campo por arte de encantamiento; cuando no es la culandrera que la saca a flote con un poco de saliva sobre un pabilo y dos o tres cruces sobre la saliva; se mueren lo mismo que los animales que están a su cuidado…”

Contemporáneo a la “Pabilo”, se estableció por un breve tiempo en el Tuyú cierto médico irlandés — Arthur Pageitt Greene —, este dejó en sus memorias una anécdota ilustrativa de nuestro personaje en su contexto.

Un comisario del partido, deseando saber si su esposa estaba encinta, envió un soldado a La Pabilo con una botella de su orina para ser examinada por ella. En el camino, el soldado cayó de su caballo, el corcho salió de la botella y el líquido se perdió. Ante el temor al comisario, el soldado lo sustituyó con una muestra de su propia orina, cerró la botella, y la llevó a La Pabilo. Después de un largo examen que duró varias horas, esta anunció al soldado que la orina era la de una persona encinta de tres meses. El pobre hombre casi murió de miedo, tiró la espada y la gorra y se marchó a algún lugar lejano, creyendo que estaba embrujado, pues nunca pondría en duda el diagnóstico de la nombrada.

Creemos sin embargo que la celebridad de nuestro personaje se debió más a la falta de médicos rurales, que a la ignorancia popular.

 

Antonio A. Pedrós
Monsalvo; Otoño 2017

 

Bibliografía consultada:

Arthur Pageitt Greene (1848-1933); A rural doctor in Argentina By Susan Wilkinson (2008)

Bernárdez Jacques, Elbio; El Maestro Rural (Buenos Aires, 1947).

Inchauspe, Pedro; Voces y Costumbres del Campo Argentino (Buenos Aires, 1942).

Municipalidad de Maipú; Por los pagos de Monsalvo (La Plata, 1978).

Velásquez, Rafael P.; Ensayos de historia y folklore bonaerense (La Plata, 1939).

.

Dejá un comentario